Hace treinta años llamé por teléfono desde Granada a la casa de mis padres. El teléfono lo atendió mi madre, que salió corriendo justo después de hablar conmigo para encontrarse con mi padre en plena calle, cuando él volvía de sus clases. Según me ha contado mi madre muchas veces, mi padre se sorprendió al ver a mi madre, a esa hora, corriendo a su encuentro; cuando le explicó el motivo de su carrera, hubo risas y alguna que otra lagrima de alegría: su hijo había conseguido una plaza de profesor asociado en la Universidad de Granada.
De aquellos primeros meses en la UGR recuerdo una conversación con uno de mis amigos íntimos de la carrera, mi amigo Che. Salíamos del Departamento de Filología Inglesa, donde yo impartía clases, y me preguntó mi amigo cómo me sentía; yo lo...
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