El español, condenado al ostracismo desde finales de la década de los ochenta del siglo XX, está de regreso en Filipinas. Una vuelta lenta, pero progresiva impulsada por diversas instituciones nacionales, el gobierno español, la sociedad civil y una creciente demanda del idioma a nivel profesional. Aunque hablamos de retorno, el español nunca abandonó el archipiélago y, si bien los pocos hablantes nativos que quedan son en su mayoría ancianos, el español hunde sus raíces en el habla cotidiana al pervivir en nombres, apellidos, topónimos y expresiones.